lunes, 28 de noviembre de 2016

Enrique el mugroso

Durante el Renacimiento se produjo un redescubrimiento de la cultura greco-romana y, con la invención de la imprenta, numerosos tratados antiguos de perfumería fueron traducidos y publicados en francés e italiano, haciendo llegar a la población mil y un maneras de usar perfumes. En este período, no obstante, se deja de lado a la higiene y se recurre a los perfumes para “no oler como carneros”. Es tan común entre las damas no bañarse como ponerse en las axilas y entre los muslos esponjas perfumadas. Como resulta evidente, la sarna estaba a la orden del día tanto para la plebe como entre los ricos y famosos (uno de los asistentes de Juana I de Castilla y Aragón, también conocida como la Loca, escribió en una de sus cartas: “las hijas de la reina mejoran poco a poco de su sarna”).


Pero el puesto de honor entre los mugrientos lo tiene Enrique IV de Francia: no solamente no se lavaba nunca sino que además ni siquiera tenía por costumbre perfumarse. En su noche de bodas, su esposa estuvo a punto de desmayarse y cartas de sus amantes dejaron testimonios de las náuseas y vahídos que sufrieron al compartir su lecho. Pero parece que por lo menos se bañó una vez. Fue en el Sena, en donde antes de hacerlo, y a la vista de todos, orinó abundantemente. Y viendo que su hijo, el futuro Luis XIII, dudaba en meterse al agua, le dijo una célebre y paternal máxima que haría palidecer al mismo San Martín:


-Con confianza, báñate y no tengas miedo que más arriba del río otros habrán meado antes que yo.






Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Perfume

No hay comentarios.:

Publicar un comentario